Por: FJ Morales-Olivas (Catedrático
de Farmacología, Facultad de Medicina y Odontología. Universidad de Valencia)
El Reglamento General de Conductores (Real Decreto
818/2009) incluye entre las causas que pueden motivar la denegación del permiso
de conducir diferentes enfermedades cardiovasculares y respecto de la
hipertensión arterial dice que para resultar apto en el reconocimiento médico:
“No deben existir signos de afección orgánica ni valores de presión arterial
descompensados que supongan riesgo vial”. A pesar de la vaguedad del enunciado
acepta que determinados valores de presión podrían suponer un riesgo para la
seguridad vial.
Debe señalarse que la normativa anterior (RD 1467/1982) preveía
que “las cifras de tensión arterial no deben ser superiores, a las que
corresponde a la edad de la persona explorada y que la presión diastólica será
siempre inferior a 120 mmHg”. Evidentemente estos requisitos, más precisos, son
anacrónicos ya que hoy no se acepta que los valores de presión arterial de los
adultos deban ser diferentes para distintas edades.
Si se
reflexiona sobre la relación entre conducción de vehículos y valores de
presión, se puede suponer que, sobre todo en algunas personas o en ciertas
situaciones conflictivas, la conducción puede producir estrés capaz de
modificar la presión arterial y que la modificación podría ser mayor en
pacientes hipertensos. Dado que entre el 30 y el 40% de los adultos presentan
hipertensión, una buena parte de los conductores serán hipertensos y por tanto
si esta situación puede influir en la seguridad vial, nos encontraríamos ante
un problema de salud pública.
Existen
pocos estudios sobre la influencia de la conducción de vehículos en la hipertensión
arterial y sobre la participación que esta pueda tener, por ejemplo, en los
accidentes de tráfico. Sin embargo si se ha investigado la relación con
enfermedades cardiovasculares como la enfermedad isquémica coronaria. Por
ejemplo en la década de los 60 se describió que personas con enfermedad
coronaria pueden tener alteraciones electrocardiográficas, como elevación del
segmento ST, o episodios de angor durante la conducción.
Un
estudio realizado por los servicios de urgencia de la Comunidad de Madrid2
encontró que entre los conductores implicados en accidentes de tráfico y
atendidos por el servicio en el año 2006, un 6,6% eran hipertensos, un
porcentaje claramente inferior al de pacientes hipertensos que conducen que
debe aproximarse al 30-40%.
En 1973 se publicó el primer trabajo3 que evaluaba la influencia
de la conducción de vehículos sobre la presión arterial. Para ello, se hizo un
registro a lo largo de 24 horas en 15 pacientes (5 normotensos con ECG normal,
5 hipertensos no tratados (PAD>100
mmHg y PAS>180 mmHg), 2 de
ellos con hipertrofia ventricular izquierda, y 5 pacientes con angor: 2 de
ellos hipertensos y uno con hipertrofia ventricular izquierda, 4 tratados con
nitratos y 2, de los cuales uno era hipertenso, con practolol). La presión
arterial se registró de forma directa con un catéter colocado en la arteria
braquial izquierda. El objetivo no era evaluar la influencia de la
conducción en la presión, pero como los pacientes condujeron durante el periodo
de estudio, se analizó la posible influencia de esta actividad en las variables
cardiovasculares. En total hubo 30 periodos de conducción de distinta duración,
en unas ocasiones en carretera y otras en la ciudad de Oxford. En 14
pacientes no hubo modificaciones electrocardiográficas significativas. En un
paciente hipertenso sin hipertrofia se registraron extrasístoles durante la
conducción. Ninguno presentó modificaciones del segmento ST. Los valores de
presión arterial fueron estables a lo largo del estudio en los normotensos. Uno
de los hipertensos, el que sufrió extrasístoles, tuvo elevaciones pasajeras
mientras aparcaba. De entre los pacientes con enfermedad coronaria, uno
presentó aumento de presión mientras adelantaba a otro vehículo y otros dos
refirieron dolor en algún momento durante la conducción aunque sin
modificaciones del ECG. Un aspecto importante de este estudio es que al no
haber sido diseñado para evaluar la influencia en la conducción, los pacientes
no pudieron estar influidos por el hecho de estar siendo estudiados en ese
preciso instante. La conclusión de los autores era que la conducción de
vehículos tiene menos efecto sobre la presión arterial de la que cabía esperar.
Otro
estudio más reciente4, realizado en 11 personas que conducían en un simulador y
a los cuales se les hizo monitorización ambulatoria de presión arterial, puso
de manifiesto que la conducción prolongada y monótona produce somnolencia
acompañada de incremento de las cifras tensionales probablemente relacionada
con la activación simpática producida por los esfuerzos para vencer la
somnolencia.
El
diseño y la realización de estudios específicos para valorar la influencia de
la enfermedad en los accidentes de tráfico presentan dificultades
metodológicas. De entre los pocos publicados, son interesantes los resultados
de un estudio francés de casos y controles publicado en 20095, con datos de
2005, en el que se investigó la influencia de diferentes situaciones
patológicas y del consumo de medicamentos en los accidentes de circulación. Se
comparó la situación de 380 sujetos responsables de accidentes por colisión
(casos), con la de 304 que habían sufrido el mismo tipo de accidente pero no
eran responsables del mismo (controles). Los casos eran más jóvenes que los
controles y habían consumido alcohol con más frecuencia. No se encontró
relación entre riesgo de provocar un accidente y padecer enfermedades
cardiovasculares en general. Sin embargo, los sujetos con hipertensión
presentaron un riesgo de ser responsables de accidente 3,82 veces superior
(IC95% 1,42-10,24) que los normotensos, el incremento de riesgo era comparable
al de los sujetos tratados con antidepresivos (OR=3,61 (IC95% 1,30-10,03).
Resulta sorprendente que ninguna otra situación patológica, ni el tratamiento
con cualquier otro grupo patológico se asociará se forma significativa con el
riesgo de colisión. Los autores comentan la coincidencia con otros estudios
previos en que las cifras elevadas de presión arterial se asociaron con mayor
riesgo de accidente, y sugieren la posibilidad de que el incremento de riesgo
pueda relacionarse con síntomas como el mareo o el vértigo que podrían deberse
tanto a la propia hipertensión como al tratamiento antihipertensivo.
Aunque
la escasez de datos hace difícil obtener conclusiones definitivas y sería
imprescindible la realización de más estudios, parece claro que la conducción
de vehículos tiene poca influencia en las cifras tensionales, aunque la
hipertensión, sobre todo cuando no está adecuadamente tratada, puede
incrementar el riesgo de accidente. Ello justifica la inclusión de este factor
de riesgo entre las situaciones que deben valorarse antes de conceder la
aptitud médica para conducir.
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