LAS MOTOS NO SE FRENAN CON MULTAS, PERO NO IMPORTA
Por Darío Zarco
No está mal que el Gobierno de la Provincia y la Municipalidad de Resistencia se esfuercen en los controles para ponerle un poco de freno al caótico tránsito de la capital, lo malo es que lo hagan recién ahora, porque si bien siempre hubo controles, nunca se destacaron por la vehemencia y la efectividad de los últimos días. De un día para el otro se exacerbó la vocación de servir al pueblo y salieron al cruce de los miles y miles de infractores, mayormente moticiclistas.
Pero mientras se ejecuta la represión, no se piensa en la prevención, y un segundo después de los controles todo vuelve a la caótica normalidad. Nadie va al fondo de la cuestión en un problema que no se solucionará a fuerza de multas sino de educación. Todos los días surgen nuevos conductores y la falta de formación y conciencia asegura una renovación permanente del plantel de infractores. Quizás un paso sea condicionar el otorgamiento de registros a menores de edad, aunque hoy son muy pocos los menores interesados en obtenerlos, y aunque lo obtuvieran, sólo los habilita a conducir ciclomotores de hasta 50 centímetros cúbicos que ya no existen.
Insólitamente, la Municipalidad y la Policía Caminera se disputan la potestad de realizar controles y labrar actas de infracción. Formalmente, habría que hablar de jurisdicción, pero en realidad se trata de una mera disputa por el cobro de las multas y la atribución de cierto mérito que pretenden invertir en términos electorales a corto plazo, intereses que les impiden montar operativos conjuntos. Pero terminados los discursos, el Estado no ve a los motociclistas temerarios como un peligro para el tránsito, y para su vida y la de terceros, sino como un ingreso económico.
A ojo de buen cubero: si hay 100 mil motos en el Gran Resistencia, y el 90 por ciento de los conductores comete infracciones consuetudinaria y hasta permanentemente, desde la común falta de casco hasta las acrobáticas wileadas, hay una potencial recaudación de decenas de millones de pesos listos para facturar, motos para secuestrar y gente para meter presa. Paradójicamente, este botín es una deuda pendiente.
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